lunes, 7 de junio de 2010

No arderá París

Admiro a aquellas personas que tienen el don de sacar siempre un tema nuevo en momentos en los que el silencio te susurra mientras te describe una sensación incómoda. Momentos en donde el segundo se hace eterno, las miradas se cruzan a destiempo y lo único que se te ocurre es silbar o tatarear…
Yo soy de los que silba, de los que huyen del maldito y tan necesario silencio vaciando mis pulmones y haciendo que este aire choque con los dientes provocando una melodía a veces incómoda también.
Al ser de éstos no esperéis que saque temas nuevos sobre los cuales escribir. Mi silbido siempre pasea por las mismas notas haciendo sonar la “canción de mi vida”: 7 notas repetidas los 7 días de la semana para describir 7 años en Badajoz.
Algunas veces el aire no proviene de los pulmones si no del corazón, haciendo daño a quien las entona mientras carga el entorno de un olor característico de la tristeza y otras el aire proviene de una fuente inagotable de energía donde el aire es infinito. El simple cambio de lugar de procedencia del aire puede estar provocado por cosas insignificantes que hacen que el dolor se quede en un segundo plano cediéndole la batuta y la dirección de obra a la alegría.
Un juego de sol y sombras constante que marca tu vida. Una lucha entre lo oscuro y lo platónico por hacerse con la batuta y gobernar así tu estado de ánimo.
Así era hasta hace poco todo hasta que ordené lo vivido y haciendo uso de raciocinio aprendí a entonar una de las canciones con más luces y sombras del mundo, un zig-zag entre la alegría y la tristeza, un mar lleno de lágrimas de satisfacción y de pena…
Yo decido que fragmento tocar a cada instante y me reservo las partes trágicas para mi soledad mientras que lo alegre lo tarareo en público.
Y si algún día sucediera lo contrario arderá París

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